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19 de diciembre de 2009

GUAYAQUIL Y SUS COSTUMBRES DE ANTAÑO


Los años pasan, la vida continúa y las costumbres cambian; como siempre, todo sigue su curso. Esto es una ley universal, de la cual, por supuesto, la “Perla del Pacífico” tampoco está exenta. El paso del tiempo no solo ha logrado cambiar la fachada de esta ciudad, sino también la forma en que realizamos nuestras actividades, “todo es diferente”, fue el comentario en común que tuvieron las personas que entrevistamos para escribir este artículo. Hemos tratado de explicar, desde diferentes perspectivas socioeconómicas y temporales, la transición de las costumbres más conocidas de la ciudad, cómo se dejaron atrás ciertas cosas, se modificaron algunas y se conservan otras.
Hace unos 70 años, la economía no era tan mala, había “aunque sea para sostenerse decentemente”, pero aún así, la educación no era una prioridad en todas las familias por lo que si algún chico alcanzaba a ser bachiller era una gran meta que le abriría muchas puertas. En el caso de las jovencitas, si llegaban a asistir al colegio era para, luego de haber aprendido las materias básicas, educarse en las “técnicas artesanales” de la economía doméstica, las cuales, les serían muy útiles para sus vidas de casadas, pero eso si, el castigo por no estudiar aquello que les correspondía era bastante duro, los maestros hacían que se arrodillaran sobre maíz o arroz, en pocas palabras se aplicaba “la letra con sangre entra” y no podían quejarse. La población común no era educada en literatura lo suficiente como para tener afición a los libros, sin contar que tampoco contaban con mucho acceso a ellos. Lo que se solía leer era una selección de novelas y ciertas revistas como “Confidencias”  que relataban casos de la vida real.
Su formación religiosa era de suma importancia, puesto que tenían que asistir puntualmente a las misas y rezar devotamente a sus santos. No era raro que las jovencitas tuvieran enamorados a corta edad, tampoco había impedimento en los matrimonios jóvenes, siempre y cuando la novia no haya sido deshonrada antes del mismo y la familia estuviera de acuerdo con la boda. Ésta se realizaba en la mañana y la fiesta no duraba hasta tan tarde. Para navidad tomaban chocolate caliente y se hacía una pequeña comida de acuerdo al presupuesto de cada familia, no se solían hacer demasiadas visitas, pero si se solía reunir la vecindad en una cena especial, luego se cumplía con la tradicional posada y en fin de año se acostumbraba a servirse un plato de aguado de pollo. Los domingos normalmente se acostumbraba a salir a los parques y plazas para distraerse; “American Park” era el lugar favorito para ello, pues aquí se solían hacer bailes.

Para más o menos 50 años atrás, la situación en cuanto a costumbres religiosas no había variado mucho, al igual que el acceso a los libros y otras actividades artísticas como exposiciones pictóricas, ya que “estos eran más para las personas de clase alta”. Para lo que si se tenía acceso, pues se realizaban al aire libre, eran a ciertos conciertos de orquestas y desfiles en el centro de la ciudad. Nuestra entrevistada de esta época, llamada Amparo, nos cuenta que a diferencia de muchos jóvenes de su edad, ella si tuvo la oportunidad de acceder a ciertas obras de la literatura universal, pero, lastimosamente, esta no era la realidad para todos, ya que el colegio, al ser de doble jornada, resultaba muy cansado y los chicos tenían que estudiar mucho, luego tomar el tranvía para ir a casa y ayudar con los quehaceres -más aún si eras niña-, el domingo debían asistir muy temprano a la misa de las seis de la mañana, después se dirigían al cementerio para visitar a sus difuntos y terminaban el día yendo a visitar a sus familiares. Gracias al apoyo de sus padres, Amparo pudo viajar a otras ciudades del continente donde, luego de comparar, se dio cuenta que “Como Guayaquil no hay otra. Esta ciudad es única por su gente, costumbres, dialecto y singular forma de progresar. También lo es porque tiene sus puertas abiertas para todos los que quieran venir a ella.”
Para tener su primer enamorado, tuvo que llevar al chico a la casa para que pudiera hablar con su padre y así les permitiera tener una relación. Sin embargo, esto no significaba que se pudieran ver a escondidas, ni salir juntos al cine u a otro lugar. En el caso de Amparo, solo podía verse con él los jueves que tenía ensayo de coro en la iglesia y los sábados por la tarde en su casa, pero siempre bajo el ojo vigilante de la tía solterona. Luego de dos años de noviazgo, ella contrajo matrimonio con él.
Hija de un marino mercante, Aracelly nos narra un poco acerca del estilo de vida que se llevaba hace unos 40 o 35 años. Recuerda que su padre era estricto en los estudios, a pesar de estar la mayor parte del tiempo viajando debido a su profesión. Es por esto, que ella y sus hermanos tenían maestros privados, que, a parte de reforzar lo que aprendían en el colegio, los hacían estudiar poesía y leer el periódico; el castigo por una lección mal dada o una tarea malhecha era un duro golpe en las palmas de las manos con una enorme regla de madera.
Realizaban paseos los fines de semana, el lugar preferido era un parque de diversiones llamado La Macarenaubicado donde ahora es el parque Centenario. Para las vacaciones solían viajar por meses enteros a otras provincias que eran tradicionalmente de la Sierra. Una de las actividades preferidas era ir a bañarse al estero salado, que, en ese tiempo no estaba contaminado, aquí cogían jaibas y conchas para comérselas cuando sintieran hambre, también iban al cine. Si querían asistir a alguna fiesta debían “reunir puntos” ayudando en la casa y sacando buenas notas; si la fiesta llegaba a ser en la noche -lo cual se daba solo en casos especiales-, éstas empezaban a las 7 y el permiso duraba solamente hasta las 10 u 11. En caso de asistir a una discoteca, se lo hacía solo en las tardes, a las matinés, pues aunque no fueran tan inseguras como lo son ahora, no era muy acostumbrado amanecerse allí.
Hace unos 30 años, la educación había tomado más impulso, por lo que los padres tenían mayor predisposición en mandar a sus hijos al colegio, pero tampoco se contaba con libros de literatura para que los jóvenes leyeran, esto no era muy habitual, ya que en el colegio entregaban los libros que se usarían para aprender acerca de las materias que se verían y fin del asunto, solo aquellos que se encaminaran a escoger como especialización Filosófico-Sociales -lo que no era bien visto porque se los “tachaba de vagos”- o estudiaran para ser maestros tendrían el acceso a este tipo de obras. En cuanto a diversión, Jhon, nuestro entrevistado, dice que no se acostumbraba a beber demasiado en ciertos bailes y que estos eran desde las 9 hasta las 12 los días viernes y los sábados eran de matiné. Aunque para esta época el ya tenía 17 años no podía asistir si no contaba con el permiso de sus abuelos, además de tener que hacer mandados para conseguir el dinero que requería, si quería salir el fin de semana a uno de estos bailes, al cine o simplemente a comer salchipapas.
Una vez más, la religiosidad no deja de estar presente en las costumbres guayaquileñas, pues hace 30 años, se seguía rezando desde muy temprano; a las 7 de la noche se lo volvía a hacer para luego acostarse a dormir. Jhon tenía que levantarse a las 5 de la mañana para ir a traer el pan, que en su caso, distaba bastante de su domicilio. Antes de la llegada de las cocinas a gas, se solía cocinar con leña de algarrobo y carbón.
En cuestiones de amor, nos cuenta que el, talvez por se hombre no tenía problema con el tema de la edad para tener enamorada. En el pueblo donde reside actualmente, Salitre, “si se desean hacer las cosas bien”, aún se debe asistir con los tíos y padres a pedir permiso para andar con la chica y más tarde, si llega a ser algo más formal, hay que hacer lo mismo para pedir su mano, al igual que la antigua usanza guayaquileña.
Para terminar, contaremos algunas de las costumbres que nosotros, los redactores, conocemos. Como aún nos consideramos, todos, incipientes en la racha de juventud, relataremos solo algunas cosas que hacíamos cuando niños y que notamos que los chicos de ahora casi no hacen. Por ejemplo, alrededor de unos 10 u 8 años atrás, si bien nuestra generación ya contaba con consolas de juegos de video como el nintendo 64, gameboy y PS, no solo nos dedicábamos a éstos, pues al ser bastante costosos y no tan interesantes como ahora, nos divertíamos jugando a las escondidas, cogidas, congeladas, juguemos en el bosque, saltar la cuerda, la rayuela, el trompo, en fin, actividades un poco más deportivas. Tampoco teníamos tanto acceso a la tecnología, peor aún pensar en tener un celular a tan corta edad, porque sencillamente no nos hacía falta. A diferencia de las generaciones pasadas, la religiosidad, dependiendo de la familia, no era tan estricta más que para las ciertas fechas especiales, y,  creemos, que más o menos fue en nuestra generación que se pusieron de moda las actividades vacacionales.
Con todo lo que hemos descrito anteriormente, podemos apreciar el cambio de costumbres según el crecimiento de la ciudad y las tendencias mundiales. Guayaquil es sinónimo de progreso, evolución y constancia, cada generación ha contado con lo suyo, añorando algunas veces su pasado, comparándolo con el presente, y siempre deseando lo mejor para el futuro. Sin embargo, el cambio es inminente, no podemos pararlo. Parafraseando un poco la teoría de la evolución de las especies de Darwin, obtenemos que nuestro destino es cambiar para sobrevivir, tenemos que adaptarnos al medio en el que nos desarrollamos, y si este medio cambia, nosotros también lo haremos, por supuesto que en el proceso cada generación adquirirá características nuevas -en este caso, las costumbres- que le permitirán desenvolverse mejor. Como dijimos al principio, es la ley universal: el mundo gira y nuestras vidas con él.


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